Últimamente me estoy volviendo una coleccionista compulsiva de botellas de cristal, me gustan de cualquier forma, modelo o color, transparentes, opacas, de boca ancha, con grabados imposibles, estilizadas o chatas, no hay modelo que se me resista. Salgo de los restaurantes como una fugitiva con la botella de agua metida en el bolso e incluso he llegado a pedir que me envuelvan para llevar la botellita de moscatel con forma de corazón que acompañaba el postre el día que le regalé a mi marido su reloj de ‘prometido’. El caso es que me gustan y me declaro fan total de ellas, además las encuentro perfectas para decorar cualquier estancia y,