‘Cruz y yo somos dos personas, aunque suene raro decirlo, infinitamente distintas. En gustos, en caracteres, en formas de pensar, en todo… pero es eso lo que precisamente nos une. Cada uno de nosotros le aportamos al otro justo esa mitad de todo lo demás y eso hace que los dos nos sintamos felices y completos el uno con el otro’. Así empezaba Quique el relato de su boda. Y es que Cruz, la novia, es la parte loca, fantasiosa y desinhibida de la pareja, mientras que Quique tiene un carácter más tradicional y conservador. ‘Gracias a Cruz he llegado a disfrutar de la vida de una forma como nunca antes lo había hecho, llegando a conocerme y redescubrirme, aunque siempre conservando esa parte mía personal pero enriquecida con esas variables que Cruz me ha sabido transmitir y aportar. Creo que no hay mejor definición de la ‘media naranja’, aunque suene cursi o muy oído, es realmente así’. Qué bonito que alguien provoque en su pareja esos sentimientos, me ha parecido una declaración de amor mutuo preciosa, por eso he querido compartir con vosotros las palabras exactas de Quique. Pero centrándonos ya en su historia os diré que ésta comenzó precisamente durante la celebración de otra boda, la de unos amigos comunes, y aunque él es gallego y ella granadina, su historia de amor superó distancia y tiempo hasta desembocar en el día más esperado, su propia boda, celebrada en una finca propiedad del padre de Cruz, un idílico bosque de chopos de la vega de Granada. Tuvieron que montar todo desde cero ya que en la finca no había ni electricidad pero eso no fue impedimento para la ilusión y creatividad de Cruz, así que durante todo un año fueron recopilando ideas y trayendo cositas de los países que visitaban, desde los botes de legumbres para los centros de mesa, las mantitas para cuando refrescase al anochecer, las coronas de flores traídas desde Londres para las invitadas, los globos, hasta las cajas de vino de las navidades y que llenaron de flores para decorar toda la finca. Al final consiguieron lo que Cruz siempre había soñado, una boda ‘made in nosotros’, como dice Quique. La boda fue pensada desde el principio como una gran fiesta, así que se organizó todo como si de una verbena se tratase, con puestos de comida servidos por La Borraja, una zona de quesos, otra de pescaíto frito y salmorejo, una pulpería, para acabar con una gran paella multitudinaria. Tampoco faltó una Candy Bar y una tarta decorada con mil flores de colores. El baile fue amenizado por un grupo flamenco y otro de rock, por lo que no fue difícil aguantar hasta la madrugada. Y he dejado para el final lo que imagino que todas estáis esperando, los detalles del mágico vestido de novia de Cruz, una creación de Josep Font perteneciente a su anterior etapa antes de coger las riendas de Del Pozo, con miles de cristalitos de Swarovsky bordados en plata y volantes llenos de colores y flores, la esencia de un creador de sueños. Los dos tocados que lució la novia son obra de su hermana Goretti Rodríguez, el de la ceremonia confeccionado en tonos pasteles y bordados con hilos de colores y el de la fiesta con millones de pistilos, hojas, flores secas y mucha delicadeza y amor. El ramo también fue un regalo, obra además de una tía de Cruz, con peonías, fresías y flores de pitiminí en tonos rosas que en conjunto hicieron que se sintiera la novia más especial del mundo. Una novia que encontró en su pareja, esa mitad de todo lo demás que todos buscamos y que sólo unos afortunados encuentran.