Manu & Paz: una boda entre flashes y sonrisas
Ya sabéis que cada viernes intento traeros una boda especial, una boda en la que siempre hay algo que destaca, en algunas son los sentimientos a flor de piel, en otras la decoración DIY, otras son tan reales que parece que las imágenes vayan a tomar vida de un momento a otro… Siempre son reportajes en los que detrás hay grandes profesionales, hoy precisamente quería hablaros del trabajo de una pareja de fotógrafos que me encanta (U & U Photo) cuando, buceando en su blog, me encontré con su propia boda y no me lo pensé dos veces, tenía que compartirla con vosotros… Cuando Paz empezó a buscar un profesor de windsurf en Tarifa nunca llegó a imaginar que ese chico tan guapo acabaría convirtiéndose en su futuro marido. La casualidad hizo que los dos vivieran en Madrid y que tras sus clases de surf naciera una relación más estrecha. A los cuatro años de noviazgo, Manu invitó a Paz a un viaje a Roma y fue allí, en Villa Borghese, la zona más alta de la ciudad, donde le pidió que se casara con él. Por supuesto, ella dijo ¡SÍ! Y lo que en principio iba a ser una boda acabó convirtiéndose en tres, y todas el mismo día. Empezaron con un trámite civil en el ayuntamiento de Torrecaballeros (Segovia) para firmar y recoger el Libro de Familia. Luego tuvo lugar una ceremonia civil oficiada por uno de los mejores amigos del novio para intercambiar los votos matrimoniales y las alianzas. Y, para finalizar, una ceremonia tradicional Lao, ya que Paz es de origen asiático. Para la triple boda Paz le pidió a una amiga modista que le confeccionase el vestido que ella tenía en mente, un modelo precioso con cuerpo en crêpe de seda blanco y remates de organza. Paz quería tener presente de alguna forma a Almudena, la madre de Manu ya fallecida, para ello puso su fotografía en un relicario que llevó adornando su ramo de novia. Un detalle precioso. Todo el jardín fue decorado con guirnaldas de luces, farolillos y un gran centro de hiedras y orquídeas blancas. Para los centros de mesa utilizaron velas y calabazas de temporada. Los meseros consistían en fotografías realizadas por sus fotógrafos favoritos y el sitting de las mesas también, con dedicatorias personalizadas en el reverso de cada fotografía. Y, como no podía ser de otra manera, los flashes fueron los protagonistas de la boda, junto con la gran sonrisa de Paz, que no se desdibujó de su rostro ni un solo segundo. En el salón donde tuvo lugar el baile colocaron unas guirnaldas con muchísimas fotos de todos y cada uno de los invitados desde su infancia hasta la actualidad, os podéis imaginar cómo quedó la guirnalda al final de la boda… totalmente vacía. Para finalizar, tuvo lugar la última boda o ceremonia, el ritual baasîi (suk heng). Un ritual típico laosiano durante el cual la pareja de novios unen sus espíritus por medio de cuerdas de color blanco o naranja atadas a las muñecas. Se cree que todo el mundo posee 32 espíritus y que cada uno protege un órgano o facultad. A veces estos espíritus se separan de sus dueños, por eso se celebra el baasîi cuando el dueño va a dar un paso importante, en este caso una boda, de esta forma se aseguran de que estén todos sus espíritus presentes y se establezca el equilibrio. Durante la ceremonia, los asistentes se sientan en torno a un pha khwân, un cono formado por hojas de bananero, flores y frutos de donde cuelgan cuerdas de algodón. Uno de los ancianos del clan recita un prolongado mantra budista y con ello invita a los espíritus errantes, de esta manera todos los invitados ayudan a establecer un nexo de unión entre los asistentes, los novios y los espíritus. Cuando termina la invocación, el anciano coge las cuerdas de algodón y las ata a las muñecas de los novios, una a una. Todos los invitados repiten la operación y se mueven por todas partes deteniéndose ante los novios para atarles las cuerdas. Es una manera simbólica de desearles una buena vida y un matrimonio feliz. Las pulseras se deben conservar en la muñeca al menos tres días para después desatarlas, pero nunca cortarlas. Muchos de los invitados, todavía las conservan.
Fotografía: Zarallo y Moya
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