Esta semana ya ha empezado a refrescar, el otoño se hace presente en los parques y jardines de mi ciudad y, aunque todavía podemos darnos algún baño en el mar, las tardes ya se acortan y el sol va disminuyendo la intensidad de sus rayos. Empezamos a disfrutar de un nuevo paisaje y también de nuevas bodas con sabor a chimenea, hierba mojada y castañas. La de hoy es la historia de Anna y Tyson, una pareja enamorada de la vida en la naturaleza, les encanta los lagos de montaña y caminar por los senderos cercanos a su hogar. Se conocieron en un bar de una estación de esquí cuando ambos estudiaban en la universidad, les presentó un amigo de Tyson y desde entonces se hicieron inseparables. Su boda se celebró en el rancho donde se crió Anna, en el mismo lugar donde sus padres se casaron 35 años atrás. Una propiedad familiar, de aspecto un tanto salvaje, rodeada de bosque y de un paisaje de cuento. Poder compartir ese lugar especial con sus amigos y familiares más cercanos fue un sueño cumplido para ellos. Y aunque surgieron tristes imprevistos que casi les llevan a anular la boda (el padre de Tyson falleció unas semanas antes del enlace), el apoyo de sus seres queridos les hizo seguir adelante con sus planes, animándoles a disfrutar de ese día tal y como hubiera querido él también que lo hicieran.
Toda la decoración de la boda mantiene ese sabor a rancho rústico con un toque chic, destacado por algunos detalles en terciopelo.
Muebles de madera y mimbre, mantelería de algodón y alfombras estampadas junto a una paleta de colores en tonalidades ocres y granates, contrastan con el verde del paisaje y de plantas aromáticas como el romero, presente también en la decoración. El estilismo de Anna, luciendo un moño bajo desenfadado y sus joyas XL, consiguen darle un aspecto tremendamente fresco acorde con el ambiente y con su personalidad de espíritu libre y natural. Sin duda, una boda entrañable, pensada para disfrutarla.
Fotografía: India Earl